Daniel Serrano: El cazador de gringos


Daniel Serrano: El cazador de gringos

M.E. Guadalupe Bejarle Pano

Un texto en general, puede tener muchas lecturas. Todo depende del contexto, la intención de lectura y por supuesto, del lector. Sin embargo, las posibilidades de interpretación que ofrece una obra son atribución directa del autor y del texto mismo. El cazador de gringos (2005) de Daniel Serrano, es un ejemplo claro de las posibilidades discursivas que el texto dramático puede ofrecer. En ese contexto, ya el mismo Aristóteles afirmaba que el autor que es hábil para crear metáforas (llámese aquí a éstas, posibilidades discursivas) es una persona que es particularmente perspicaz para observar semejanzas. El mismo Ricoeur (2006: 64) retomando el concepto aristoteliano define la metáfora como un ‘error calculado que reúne cosas que no van juntas y que, por medio de este malentendido aparente hace que brote una nueva relación de sentido’.

El cazador de gringos expresa sin impostaciones innecesarias pero tampoco sin caer en minimalismos absurdos, el planteamiento fino, delicioso, de una serie de errores calculados que, articulados en distintos niveles de tensión dramática, ejercen un poder subyugante sobre el lector, el cual no se podrá escapar de las reflexiones que la obra y los mismos personajes entrañan. No hay salida: la lucha interna de Heberto, Clara, Nico; la paradoja de Tony o el mundo absurdo de Remedios y José así como el infierno de la guerra, de la revuelta psicológica, de las fronteras de lo cotidiano, de la convivencia. Los muros alzados contra el otro y la proyección de las propias frustraciones en él, penetran sigilosamente como migrantes ilegales, como ‘mojados’ o ‘pollos’,  en el espacio del lector, que sin percibirlo, se ve súbitamente invadido de preocupaciones territoriales traídas del inconsciente y que generan una sensación de que algo, quizá pequeño, diminuto, se nos ha perdido. Un vacío nostálgico queda en el paladar del lector y aguza sus sentidos para someterse a las decisiones de los personajes.

Así, sin haber notado en qué momento, el lector forma parte integral de la metáfora discursiva trazada por Serrano, se encuentra preso entre las tensiones que se establecen entre dos sentidos y dos lenguajes: entre lo dicho y lo no dicho, entre la coherencia y la incongruencia, entre el lenguaje verbal y el no verbal; entre lo esperado y lo perdido. No es de sorprenderse pues, que El cazador  pueda entenderse como una serie de relaciones de sentido en movimiento. La nostalgia –en tanto que una relación de sentido- por ejemplo, es tiempo en movimiento. De hecho, puede ser también entendida como un movimiento en varios tiempos: Desde el punto de vista semántico, el movimiento de sentido de la nostalgia tiene siempre un componente de añoranza, de regresión, el cual puede dimensionar las acciones hacia distintas direcciones pero manteniendo siempre el sema direccional recursivo, hacia atrás: Así pues, existe la nostalgia en prospectiva, en retrospectiva y la nostalgia estática.

En El cazador, Daniel Serrano explora las posibilidades del movimiento nostálgico desde una perspectiva que en la superficie se podría leer como análisis político, fresco, sarcástico e irreverente, fruto quizá, de un Serrano periodista, agudo, incisivo. Sin embargo, una lectura más en profundidad, (del autor en tanto que dramaturgo-director-actor-norteño), permite ver que el diapasón que establece el ritmo dramático de El cazador de gringos  se calibra a partir de una partitura antropológica, donde la clave de lo humano dibuja acordes sobre la frontera de lo individual, del otro diferente apenas perceptible: el diálogo sinsentido y el silencio a gritos, con significaciones plenas, abrumadoras, que entran en conjunción y se encuentran en un espacio dramático para reconocerse -a lo largo del texto- a partir de los distintos movimientos de la nostalgia.

Tales movimientos pues, exploran las posibilidades del lenguaje, de la significación y del silencio a través de un abanico de emociones que marcan no sólo la relación entre los personajes sino también el ritmo de la tensión dramática en el texto. Serrano lleva la exploración hasta agotarla: el sinsentido, el absurdo, la ausencia y el olvido comienzan a tomar forma bajo un crisol diferente –el de la paradoja- que los moldea para proyectar la nostalgia hacia ámbitos de significación apenas sospechados; la introspección como una toma de conciencia sobre el acabamiento del lenguaje, los muros infranqueables y la presencia desdibujada a causa de la cotidianeidad que lleva a los personajes de El cazador a la confrontación sarcástica, burlesca con su propio dolor y desencanto; donde lo trágico se vuelve cómico hasta llorar; la desesperación y la desesperanza por llenar el vacío y sanar la añoranza de lo que nunca fue o podrá ser.

Swift en el viaje de Gulliver a la tierra de los liliputienses plantea que las posibilidades de sanación ante la desesperanza consisten en ‘abstenerse de todo tipo de palabras; y en ello se hallaba grandes ventajas para la salud y para el ahorro de tiempo. [Porque] es evidente que cada palabra pronunciada reduce en cierto grado nuestros pulmones mediante la acción corrosiva del habla y por consiguiente, abrevia la vida.’. En El cazador se recurre en cierta forma al proyecto liliputiense de acabar con el lenguaje a fin de que, a través del silencio, los personajes puedan gritar lo perdido, lo añorado para finalmente llegar a una tregua con ellos mismos.

Heberto o la nostalgia en retrospectiva
La nostalgia en retrospectiva o digamos, la nostalgia propiamente dicha, es un movimiento de sentido que es recursivo, de regresión. Remite al pasado donde se dimensiona y explota lo perdido, lo añorado como valor único y como eje determinante de la actuación. En lo perdido, Heberto justifica su propio dolor; en lo añorado, su vida tiene sentido y en una suerte de proceso osmótico, se apropia de las fuerzas necesarias para seguir adelante y validar su existencia. La paradoja de la ausencia, de la no existencia, permite vivir a Heberto:


Heberto.- Dice Clara que estoy más flaco. ¿Tú cómo la ves?...que si sigo así, un día de estos me voy a desmayar….Ya le he explicado de muchas maneras que no se mortifique. Pero ella insiste en que si no como, no voy a poder seguir sirviendo a mi país. ….Esto no se va a acabar nunca.  

Clara o la nostalgia en prospectiva
La nostalgia en prospectiva es un movimiento de sentido proyectivo. Las acciones se articulan a partir de un efecto reactivo del pasado: para accionar la dinámica del futuro se requiere de un movimiento de regresión, la añoranza que abreva del pasado para consolidarse en una acción futura. Sin embargo, el proceso comporta un elemento de significación estática. El personaje nunca se concreta en el presente, tiempo en el cual valida su existencia a partir de las posibilidades de ser que ella misma se plantea. Esta nostalgia pues comporta la paradoja de la ausencia como la existencia in vacuo, finalmente Clara valida su insatisfacción ante la promesa de un futuro resuelto. El silencio, pues se vuelve necesario para consolidar el sentido de su propio destino:

Clara.- ¿Vas a cenar sí o no?...pues allá tú. Ahí te calientas. Yo ya me voy a dormir, a ver si sueño con un héroe…¿Y cuando mates a un gringo y te conviertas en héroe y toda la cosa, voy a ser tu mujer otra vez de veras, o así le sigo como esposa nomás?

José y Remedios o la nostalgia estática
Por último, existe una nostalgia estática, una nostalgia que a diferencia de las anteriores, no tiene un efecto hacia atrás o hacia delante. Su inmovilidad no se nutre de una añoranza propiamente dicha, es decir, no existen experiencias vividas que la generen; se trata más bien de una proyección de la añoranza. Es el recuerdo del recuerdo lo que valida la existencia y la paradoja reside en que se es, es decir se existe en lo onírico, en una realidad rebasada. José y Remedios no toman energía para validar su existencia ni en el pasado ni en la promesa del futuro. La lógica de su vida reside en el absurdo de igual forma que la lógica de su convivencia y de sus conversaciones se nutre del sin sentido, del silencio que valida lo ‘ya dicho’ como algo siempre nuevo, siempre distinto sin lo cual, el matrimonio, la convivencia y su propia existencia se habría derrumbado hace tiempo. Así, el monólogo se vuelve la única forma de comunicación posible entre la pareja, si bien el papel profético que desempeñan en la obra sólo se cumple, de ahí la paradoja, en lo concreto, en lo tangible, en la realidad a la que no pertenecen:

Remedios.- No va a venir.
José.- ¿A poco?
Remedios.- Ya para que te digo.
José.- Es lo que yo digo
Remedios.- Yo pensé que el dolor del parto era el que más dolía
José.- Como se nota que no tienes experiencia
Remedios.- Tú tampoco, entonces.
José.- Nunca lo pensé.
Remedios- ¿Qué?
José.- Que llegáramos a viejos, y sin experiencia.

Es pues El cazador de gringos la trayectoria en trasgresión de las fronteras de la confrontación con nuestros propios miedos. El temor de reconocerse en el otro, transformado, trasgredido, trastocado. Vernos despojados de aquello que creemos como único y que determina y valida nuestra existencia, ya sea en el pasado, el presente o proyectada en el futuro. Es la propia conquista de nuestro lenguaje, perdido entre las batallas de lo cotidiano. Es la añoranza de lo dicho al mismo tiempo que la sanación de las palabras mediante el único recurso que queda en la desesperanza: el silencio abrumador.  Cabría pensar si es en realidad en las palabras enmudecidas donde tiene origen la significación más profunda, el sentido más intenso de la expresión. Finalmente El cazador de gringos valida su expresión de la cotidianeaidad en palabras de Serrat: ‘Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio’.